25 octubre 2019 11:32
Me gusta la ubicación del lugar, tranquilo y es de fácil acceso. Es un sitio bien acogedor, la atención es excelente, los precios me parecen ajustados al medio, allí dusftuto de un buen ambiente y de la música q me agrada.
26 septiembre 2019 19:32
Gran atención de todo el personal buena música se pasa muy agradable
05 junio 2019 20:01
Excelente sitio para uno disfrutar de una buena música
15 mayo 2019 1:19
Un excelente lugar para distraerse. Y compartir con los amigos.amigos.
15 agosto 2017 20:58
En el ámbito festivo de los espacios para hombres que bailan con hombres, este lugar singular en Medellín representa el más bonito escenario de hombres (maduros) que bailan con otros.maduros. Después de varios lustros, Viejos Verdes se ha institucionalizado ya en la ciudad como la única sala de baile especial para hombres que ni quieren encasillarse en el modelo estereotipado de las discotecas de moda, con alucinantes juegos de luces y estruendoso volumen, ni desean conciliar con la exigencia implícita de ostentar la moda y los afeites estandarizados para desfilar en dura competencia en las noches de juerga discotequera. Por el contrario, Viejos Verdes de entrada establece claramente sus límites con el simpático e intrigante aviso en su puerta que reza: “Ingreso solo para mayores de 30 años”. Acostumbrados a leer las advertencias legales que solo autorizan la entrada lícita de mayores de edad a los sitios de rumba, vemos en este sitio que el límite se pone por lo bajo para dejar claro que no es este el escenario propicio para las veleidades de la moda juvenil y las muecas y tretas de muchachitos, vividores, putos y arribistas que tanto pululan en el ambiente discotequero de la ciudad.

Presenciar en Viejos Verdes una noche de baile y conversaciones cordiales —y audibles— entre amigos es una valiosa experiencia para conocer otra faceta contraria al universalmente estereotipado cliché de los gays y sus discotecas retumbantes. En primer lugar, aquí el ritmo cadencioso y la atmósfera tranquila lo imponen la música tropical y los ritmos autóctonos de Colombia; en particular, el porro, que cuando empieza a sonar desata la euforia y el espíritu de la danza entre el público. Cabezas grises y mostachos son comunes, así como varias siluetas en pera que en las otras discotecas significan motivo de horror y repudio con acres miradas. Son apreciables las muestras de ternura y las miradas risueñas entre los amigos —o los amantes— cuando bailan, y no pocos podrían ser tu abuelito, acaso el tío querido y bonachón o quizá ese señor cordial vecino tuyo, ya jubilado, que te saluda todas las mañanas cuando saca a pasear su perrita o a conseguir su leche para el desayuno. En su mayoría, a este bar asisten hombres del común, ajenos a los afanes y tensiones impuestos por los frenesís mediáticos o el dudoso protagonismo que tanto joven anhela cumplir en la película estelar de su vida.

El espacio corresponde al segundo piso de una casa con sus cuartos, al que les han abierto sus muros para crear un ambiente que integra todos los rincones. La pista de baile no es grande ni mucho menos teatral, pero es suficiente para el flujo habitual de bailarines que la ocupan cada semana. Y los hombres que atienden (¿quizás sus propietarios?) —por supuesto mayores— son todos muy amables y evocan con sus maneras las cantinas de nuestros pueblos y las fondas camineras de Antioquia, pues además no es raro verlos lucir sombreros, poncho y carriel. En resumen, es este un lugar que por su persistencia y su gracia hay que contar entre el acervo patrimonial característico de esta región, y que aquí asume un rostro bien particular y decididamente humano.

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